domingo, 10 de febrero de 2013

lunes, 21 de noviembre de 2011

VIII MARTES NEGRO

PRIMER BORRADOR

Vestida con una túnica de color azul cielo caminaba sobre aguas cristalinas. Podía ver claramente los peces de colores bajo mis pies. Al final del río vislumbraba el arcoíris. De pronto, obscureció y el cielo empezó a relampaguear,  y de entre las aguas en donde minutos antes nadaban hermosas  y coloridas criaturas marinas; emergieron lenguas de fuego que me devoraban. Sentía mi piel arder. Un zumbido en mi cabeza me hacía sentir que esta explotaría en cualquier momento. El  líquido antes cristalino se tiño de rojo. Burbujeaba al hervir, y emanaba un hedor horrendo. Estaba en el mismísimo infierno.

Justo en el momento que el leviatán (monstruo mítico mencionado por Hobbes) abría las fauces de una de sus siete cabezas para devorarme. Escuche la voz de mi madre a lo lejos que me decía:

Adelina, Adelina, Despierta hija, despierta.  Ya está aquí el Doctor. Te vas a poner bien. Abrí los ojos y vi a mi madre, y parado junto a ella a un hombre desconocido vistiendo una bata blanca.  Tarde algunos segundos en entender lo que pasaba.

Mi hermana Carmela entró en ese momento a la habitación llevando una charola con algunos alimentos. Se veía muy angustiada (tanto o más que mi madre). El Doctor se acercó a mi cama, y  se inclinó hacia mí. En tono bajo pero firme me pregunto:  "Adelina, ¿cómo se siente?.

Traté de contestar, sin embargo, de mi boca no salió sonido alguno. Sentir un enorme dolor en la garganta. Supe en ese momento que había estado delirando todo el día por la fiebre tan alta que había tenido (me lo dijo el doctor). Tenía bronconeumonía, y debía permanecer cuando menos tres días en cama. El médico antes de irse  me suministro algunos medicamentos por vía intravenosa;  tomo mi temperatura, me canalizó un suero, dio varias indicaciones a mi madre. Empezaba a oscurecer.

Después de comer un poco de sopa caliente comencé a conciliar de nuevo el sueño.  Escuché a lo lejos el timbre del teléfono; gritos, llanto, murmullos. Algo pasaba y no querían que me enterara. Intenté levantarme pero no pude. No tenía fuerzas y el suero me lo impedía también. Me quede dormida nuevamente.

Cerca de la media noche desperté. Junto a mi estaba doña Juanita la vecina del 402. Me extraño verla ahí pues nunca iba a nuestro departamento, pese a que tenía gran amistad con toda la familia.  Le pregunté por mi madre. Fingió que no me oía. Le repetí con mucho esfuerzo la pregunta, pues aún no podía hablar bien.

Con voz trémula,  y casi imperceptible; me dijo: "Ay niña, la desgracia hay caído en tu familia. No sé si sea bueno decirte esto, pero tienes que saberlo. Ayer avisaron del Ministerio Público de Iztapalapa, que tenían que ir a identificar al SEMEFO el cuerpo de un hombre que se parecía mucho  a tu hermano Gilberto.  Doña Lupe y Carmelita se pusieron como locas, y se fueron de inmediato para Niños Héroes  (ahí está el SEMEFO) Dejaron dicho con mi nuera que te echara una vuelta porque estas re malita.

Sin poder decirme  una palabra más estalló en llanto. Traté de ser optimista a pesar de que sentía que lo que me decía era la más absoluta verdad -Mi hermano estaba muerto-, y yo, postrada en esa cama, no había podido acompañar a mi madre y a mi hermana.

En ese momento entró a la habitación Rebeca, la nuera de doña Juanita. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Vio de frente a su suegra, y le preguntó: "¿Ya le dijo suegra?". Doña Juanita sollozando movió la cabeza en forma negativa.

Que es lo que me tiene que decir además de lo de mi hermano,  pregunté. Rebeca se sentó en mi cama y me tomó de las manos con afecto, apretándolas como queriendo transmitirme su calor.  Gruesas y copiosas lagrimas rodaron   por sus mejillas al tiempo que me decía con voz entrecortada: "Adelina, debes ser muy fuerte. Ya confirmamos que tu hermano Gilberto está muerto. Tu mami no resistió ese golpe tan duro y al ver su cuerpo destrozado sufrió un infarto y murió en ese instante.

Carmelita se estaba encargando de todos los trámites para el sepelio de ambos, mi marido la estaba acompañando. Venían para acá por las actas de nacimiento,  y justo en los límites del Distrito Federal -en el Rosario-; Los detuvo un retén. Carmelita no llevaba su distintivo, le dijeron que era una infracción y se la llevaron detenida. No sabemos qué hacer. No queríamos decirte nada, pero solo un familiar puede gestionar para que suelten a Carmen, y sobre todo para terminar el papeleo para el entierro de Gilberto y Lupita”.

Sentí que todo me daba vueltas. Empecé a oír lejos, muy lejos la voz de Rebeca "Adelina, Adelina, ¿Estas bien? Sentía que flotaba. De manera casi imperceptible escuche los gritos de doña Juanita y su llanto incontrolable.

Sentí como los latidos de mi corazón menguaban poco a poco hasta no sentirlos. Una luz cegadora me envolvió.  Pase de la angustia y el  dolor a una paz y alivio jamás sentidos.

Todo había terminado para mí...


CONTINUARA......







VII ÉXODO

CORREGIDO

Una llovizna helada golpeo mi rostro. Iban a ser las 6 de la tarde. Todo ese día, me había dedicado a vagar sin rumbo fijo; trataba de poner mis ideas en orden.  Era hora de regresar a casa. Me aposté en la esquina de Montevideo e Insurgentes, y ahí espere bajo el agua para abordar el transporte que iba hacia mi colonia.

Pasaron más de 15 microbuses, y un tanto igual de camiones. Ningún transporte se detuvo ante mi señal. Para ese momento estaba empapada. Empezaba a sentirme afiebrada, y con un estado de malestar general en todo el cuerpo. La lluvia arreció, por lo que corrí a resguardarme bajo el techo de la gasolinera que se encuentra justo entre las dos avenidas en donde  yo estaba ubicada (Insurgentes y Montevideo).
Un joven  de los que atendían la gasolinera se me acercó. Sacó de la bolsa de su overol un paliacate de color rojo. Lo extendió hacia mí, y me dijo: "Secate con esto, estas rete mojada y te vas a enfermar". Al escuchar su acento de inmediato me di cuenta que era chilango.

Fue hasta ese momento que noté la banda en su brazo izquierdo con la respectiva anotación de su Clave Única del Registro de Población.  ¿De dónde eres?; le dije. Me respondió: "Soy de Barra Vieja Guerrero, cerquita de Acapulco. Te he mirado, y tienes harto rato esperando el urbano, ¿verdad?".

Le respondí que sí, que ya iba para dos horas que esperaba y nada. Al parecer, los autobuses y colectivos no se detenían porque no me alcanzaban a ver por lo tupido de la lluvia.

El muchacho me dijo con expresión de tristeza: "No es eso amiga. No se detienen porque ven el distintivo en tu brazo. Nadie en esta ciudad quiere hacer nada por nosotros los chilangos. Es mejor volvernos pa nuestra tierra. En la capital no hay futuro pa los que venimos de fueras".

Me sentí desconcertada por sus palabras, pero en el fondo acepté lo que me decía; le pregunté: Si no hay nada como tú dices, entonces,   ¿por qué estás trabajando aquí?.  Me respondió:

"Me dieron permiso pa trabajar toda esta semana aquí en la gas. No cobraré ni quinto. Solo recibiré propinas. Me necesitan pa despachar la gasolina a los chilangos, y como están saliendo tantos y tan seguido de la ciudad.  Ninguno de mis compas quiere hacer eso, y pos."

fue hasta ese momento que me dí cuenta de  la gran cantidad de vehículos con equipaje sobre el toldo, y llenos de personas (al parecer toda la familia), que estaban formados para cargar combustible. Supe que eran chilangos porque nadie los había atendido antes, y porqué  vi que el costeñito que platicaba minutos antes conmigo se acercó a despacharles la gasolina. Lo hizo entre las miradas de desprecio de los demás empleados y de algunos clientes que en ese momento estaban en la gas.

Y también en ese momento (viendo mi reflejo en una vidriera), noté que el distintivo que me identificaba como chilanga brillaba en la noche: Sí, la tinta amarilla era fluorescente. Se veía a metros de distancia. Si alguien quería jugar al tiro al blanco conmigo; Sin problema me daría un tiro en la cabeza.

Movida por mi instinto de conservación, despidiéndome del chico con un leve movimiento de mano, emprendí el regreso a mi casa. Camine por toda la lateral de la avenida Insurgentes. La calle estaba muy obscura. No sentí miedo, pues al igual que yo muchas personas caminaban por ahí. 


Parecía un desfile de luciérnagas (solo brillaban los distintivos) Sí, todos los que íbamos a nuestros respectivos destinos a pié; Éramos chilangos.


Aproximadamente una hora después llegué a San Juanico, que es el límite entre el Estado de México y el Distrito Federal. Esto es justo donde empieza la carretera México-Pachuca. Grande fue mi sorpresa al ver muchísimas patrullas. También había camiones de granaderos y policías a pié. Solicitaban su identificación tanto a los que pretendían entrar a la ciudad de México, como a  los que iban de salida (como yo).

Al estar formada en el retén para la revisión. Me di cuenta de que varias personas eran subidas a las patrullas. Iban esposadas. Una señora que estaba formada antes que yo;  me explicó que se los llevaban por haber violado el decreto del Jefe de Gobierno al no portar el distintivo. Me quede muda. 

Fueron tantas las vivencias de ese día, y a pesar de todo, jamás pensé en quitarme el dichoso distintivo. En hora buena, para esta hora estaría esposada y rumbo a no sé dónde. 


Cerca de la media noche, e hirviendo en fiebre; llegue a mi casa. Las suelas de mis zapatos casi se desprendían. El exceso de uso y la humedad habían hecho lo suyo.


Sin desvestirme siquiera, me metía a la cama. Llore por largo rato. No supe cuando me quede dormida.



VII ÉXODO



lunes, 14 de noviembre de 2011

SEXTA ENTRADA

Corregida

Ese lunes me levanté con nuevos bríos. ¡Era increíble!; Nadie me molestaría. Desayune a toda prisa; un sorbo de leche, una mordida a mi pan de dulce, dos cucharadas de cereal. No me hacía falta nada. Finalmente, estaba satisfecha más que física emocionalmente (el estado de derecho existía). Estaba protegida como ciudadana de la República Mexicana. Nuestras leyes eran maravillosas.

La felicidad inicial del día  me duró muy poco. En la entrada del metro El Rosario, había un retén integrado por un grupo de  policías del D.F.  Eran del grupo táctico especial. Uno de ellos se acercó a mí, y sin decirme absolutamente nada; me tomo del brazo derecho y prácticamente me arrastro hacía un pequeño módulo improvisado en las instalaciones del metro. Me dijo que me desnudara para revisarme. Muy espantada le dije que yo no había hecho nada, que por qué me había detenido y llevado a ese lugar. El, solo me contesto: "Tengo órdenes de detener a toda la gentuza como tu; ¿de qué pueblo eres chilanga?"

Al no obtener respuesta nuevamente me jaloneo, pero esta vez, del brazo izquierdo.  Puso especial atención al distintivo amarillo -que ya portaba yo ese día-, y en tono burlón pregunto a uno de sus compañeros: ¿Que significa VZ?. El otro policía le contesto: "Veracruz, la pollita es del Estado de Veracruz". El hombre que me tenía del brazo, me tomó por la cintura y repegó su cuerpo al mío; al tiempo que lo frotaba me dijo al oído: "¿Es cierto chilanguita que las jarochas son intensas?". 

Para ese momento yo sentía que me iba a desmayar por el miedo que sentía. Estaba realmente aterrada. percibía los acelerados latidos del corazón de ese enorme policía como si fuera el mío, dada su cercanía y la forma en me estrujaba. Su voz empezó a temblar, y solo escuche balbuceos que me hacían temer que en cualquier momento me arrancaría la ropa y brincaría sobre de mí.

Un grito hizo que el oficial me soltara bruscamente. "¿Qué es lo que está pasando aquí sargento?, ¿Quién es esta señorita?, ¿por qué no  está usted en su puesto?". Era una mujer joven la que  gritaba . No tenía arriba de 40 años. Iba impecablemente uniformada. Lucía diferentes insignias en su casaca, por eso, intuí que era una oficial de alto rango. El policía con voz aún más temblorosa, no atinaba a decir palabra. Únicamente se cuadró ante su superior. 

La mujer inquirió nuevamente: "Que demonios está pasando sargento?". El policía contesto: "Traje a esta damita para una inspección de rutina mi sargento. Es una chilanga y andaba haciendo desmanes en los andenes. Eso no es cierto, grite de inmediato ya con lágrimas en los ojos. Este hombre me quería violar. Me trajo casi a rastras a esta oficina.

Mi voz se entrecortaba.  Era difícil darme a entender. La mujer policía solamente me dijo: "¿Quiere levantar cargos contra el Sargento?" Moví la cabeza haciendo una negación. Ella se hizo a un lado y extendiendo levemente su brazo izquierdo me indicó la salida. 

Salí corriendo de ese lugar sin voltear. Aborde el primer vagón que tuve a mi vista. Me fui con un amargo sabor en la boca - el sabor del desencanto-, pues me había dado cuenta que el distintivo que traía en mi brazo, más que protegerme, me señalaba y hacía blanco fácil de los radicales antichilangos.

Durante mi trayecto, de casi cuarenta minutos, noté que nadie se había sentado junto a mí no obstante de que el lugar iba desocupado. Las personas observaban con insistencia el distintivo en mi brazo, pero nadie decía o hacía nada. Me levante al llegar a mi destino para salir del vagón , y como por arte de magia  las personas que estaban paradas, me abrieron camino.

Todos evitaban siquiera rozarme. Alguien, de manera "accidental" me puso el píe enfrente y casi caigo al suelo. Me alcance a sostener de una niña; su madre la jaló inmediatamente y la escuche decirle: "Es una chilanga, no dejes que te toque. Esa gente es mala; mataron a muchas personas del gobierno.

La pequeña me miró como si fuera yo el peor monstruo que hubiera tenido en sus pesadillas. De inmediato se abrazó a su madre, y, sin dejar de verme (la madre con desprecio y la pequeña con terror), se alejaron a toda prisa. Yo estaba más espantada que ellas dos; salí corriendo del metro.

Me sente en las escaleras del puente peatonal. Prendí un cigarrillo. Al Estar viendo los autos pasar a toda prisa sobre la avenida insurgentes. Reflexione en todo lo que acababa de vivir;  Entendí que el destino me había alcanzado.
  

sábado, 29 de octubre de 2011

QUINTA ENTRADA

SEGUNDO  BORRADOR

La Corte se había pronunciado -de manera provisional- en relación  al amparo contra la ley anti chilangos. Ordenó al gobierno del D.F. dejar las cosas en el estado en que se encontraban antes de que esta fuera promulgada. En tanto, los Ministros entrarían al estudio profundo del caso. Los medios repitieron durante dos días la información al respecto.

La sociedad Capitalina empezaba a reaccionar de diferentes maneras: Grosera, agresiva, discriminatoria. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió la recomendación CHI/245/2011. Pedía respeto a la integridad de los habitantes del D.F. nacidos en lugar diferente a la Ciudad de México.

El Jefe de Gobierno del D.F.  -que hasta ese momento había guardado silencio- emitió un comunicado: "Decreto por el cual se protege la integridad del grupo vulnerable denominado -chilangos-" del que solo recuerdo el punto marcado con el numeral 14, mismo que a la letra decía: " Toda persona -de cualquier edad- que viva, estudie, trabaje o realice cualesquier otro tipo de actividad dentro del territorio de la Ciudad de México y que no sea oriundo de ella;  Deberá portar en el brazo izquierdo un distintivo".

Se indicaba que es distintivo debía de ser  de 10 centímetros de alto,  con la anotación de su Clave única de Registro de Población dividido en tres bloques horizontales. Estar escrito con letra arial de  20, 72 y 20 puntos respectivamente y esta sería de color azul sobre un fondo amarillo.

La justificación a tal medida era -a decir del Funcionario Público- "Ubicar a estas personas para que no se comentan abusos en sus contra, en tanto la Corte resuelva en definitiva al respecto, y así imponer sanción a los que atenten contra sus derechos"

La oferta para usar el nuevo "protector de derechos" era recuperar el empleo, ser aceptado nuevamente en los planteles educativos;  realizar todo tipo de actividades sociales, comerciales, políticas, etcétera etcétera, en fin. Todo volvería a la normalidad, pero eso sí, con mucha más seguridad para todos nosotros (los chilangos).

Exactamente en el décimo quinto día (fecha límite en la que deberían estar todos los chilangos fuera de la capital) en puntos estratégicos del Distrito Federal -por único día- se colocaron módulos para hacer la repartición de los tan citados distintivos. Nos tocó en el de la Alameda Central.

Cerca de medio día mi madre, Carmela y yo Llegamos al lugar. Parecía verbena. Había muchísima gente ese domingo. Eran cerca de 50 módulos de atención y en ellos nos tomaron datos generales y una foto. Nos dieron nuestro respectivo distintivo y unos boletitos amarillos (iguales a los de una kermess). 

Amablemente y con una gran sonrisa la señorita que nos atendió nos dijo: "No es necesarios que lo porten desde hoy. Háganlo a partir de mañana. ¡Disfruten del convivio!".

Recorrimos todos los puestos, comiendo de todo. Estábamos ya tranquilas pues recibimos una llamada de un compañero de Gil. Nos dijo que mi hermano estaba bien y  no se podía comunicar porque estaba trabajando en un lugar donde no había teléfono. En unos días más llegaba a la casa. No nos causó extrañeza, pues había sido así otras veces. Se iba sin avisar y luego hablaba. La llamada extraña de los dias anteriores había sido una broma macabra.

Sin problemas llegamos al departamento. Charlamos por casi una hora alegremente. Nos acostamos de muy buen humor; esperabamos entusiasmadas el nuevo día. Todo estaba en orden y sería perfecto en cuanto Gilberto regresara. ¡Que equivocadas estábamos!.




lunes, 24 de octubre de 2011

IV REACCIONES ENCADENADAS

CORREGIDO

Al duodécimo día me dirigí como siempre a la Facultad de Derecho (escuela en donde estudio). Entré por la puerta peatonal de eje 10 sur , y fui interceptada por elementos de seguridad interna de la universidad. Me pidieron que me identificara. Entregue mi credencial de estudiante. No me fue devuelta. Solo recibí  la indicación que me retirara de la institución sin hacer escándalo, que se me avisaría cuando pudiera reincorporarme a mis actividades escolares vía email. Era tal mi asombro que no pude articular palabra alguna, y solo me fui del lugar. Me percaté  de que eran muchos los compañeros en situación similar a la mía.


A punto de entrar al metro Miguel Ángel de Quevedo recibí una llamada de mi profesor de la Facultad. Él me dijo: "Adelina, no te preocupes, sé que no te permitieron el acceso a la Facultad. Han hecho lo mismo con todos los que no son nacidos en el D.F. que estudian aquí. 

Quiero que sepas que esto se va a solucionar. Ya se presentó el amparo indirecto, y dada la naturaleza del asunto la Suprema Corte de Justicia de la Nación -ejerciendo su capacidad de atracción- lo va a resolver. Vas a ver que esta tontería pronto será recordada como una estupidez más de nuestros gobernantes". Sin decir más, cortó la llamada.




Estaba desesperada. Había asistido ese día a la universidad  porque ahí podía obtener ayuda para localizar a mi hermano, y en  el caso de que efectivamente estuviera en la penitenciaria me dijeran como podía sacarlo de inmediato.

Ahora, dadas las circunstancias, me encontraba en medio de la calle totalmente sola a merced de una ley estúpida que amenazaba mi vida y la de los míos. No sabía qué hacer. De forma autómata entre al metro y aborde el tren con destino a la estación  Indios Verdes.




Al tener más conciencia de mí me vi saliendo del metro. Caminaba sin rumbo definido. No sé si fue el destino o fue Dios, que se yo. De pronto estaba frente al edificio de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. 
 Tuve conciencia de esto por el gran alboroto y la cantidad de personas que se encontraban fuera de las oficinas.

Reaccioné del todo cuando La Negra Petriz (paisana de Veracruz) se acercó a mí, me abrazó y me dijo: " mana que bueno que veniste. Nos estamos organizando para marchar desde aquí hasta el  Zócalo. 

Lo haremos en señal de  protesta en contra de la ley que nos expulsa del D.F.  Hay chilangos de toda la República.  Ten una pancarta. ¡Fórmate ahí!."


Perdida en el tumulto camine, solamente camine.  Iba ensimismada en mis pensamientos. Me movía lentamente entre los gritos  y cantos de protesta del grupo de marchistas  y  de las consignas de la gente que nos observaba la cual  no paraba de gritar: "Fuera chilangos". Era como si soñara despierta: Veía, oía, pero no reaccionaba. 

Un fuerte estruendo me hizo regresar a mi realidad de forma inmediata. Todos corrimos. Sentí tanto temor al ver al grupo de manifestantes huir,  que no pude evitar hacerlo. No sabía que es lo  que estaba pasando. Escuche las sirenas de las patrullas y gritos. 

Vi muchas personas heridas. No pude percatarme de nada más porque en ese momento me envolvió una cortina de humo con un olor raro  y no me permitío ver  bién hacia adelante. Sentí en mis ojos un gran ardor que me nublo la vista y me hizo llorar. 

Antes de perder totalmente la visibilidad por el exceso de lágrimas vi a Bulmaro Petriz (el hijo de la negra), quien de un jalón me metió entre unos vehículos estacionados, al tiempo que me gritaba: "agáchate Adelina o nos friegan". Ahí agazapada seguí escuchando gritos. Cuando mis ojos se secaron pude ver las botas de los granaderos y los policías, que pasaban una y otra vez.


No sé cuántas horas transcurrieron, pero sé que fueron muchas, porque  salimos de nuestro escondite  y ya era de noche. Bulmaro me acompaño hasta mi casa. 
Serían cerca de las ocho cuando llegamos. Mi madre y aproximadamente 20 personas más estaban en la entrada del edificio. 

Con lágrimas en los ojos mi má corrió hacia mí. Me abrazo al tiempo que me decía: "Muchacha ¿dónde estabas?. Me has tenido todo el día con el Jesús en la boca. Me hablo la negra y me dijo que te vio en la marcha, pero que cuando empezó el desmán te perdió.

La policía anda buscando a todos los chilangos que participaron en la marcha. Afirman que un grupo de chilangos pusieron una bomba en unas oficinas del gobierno del D.F. Hay muertos y heridos. Es una cacería de brujas. Ahora sí tienen pretexto para perseguirnos como si fuéramos delincuentes".


Esa misma noche y  al día siguiente los noticieros no hablaban de otra cosa que no fuera el atentado a las oficinas del Gobierno del D.F.  Los comentaristas empezaban la nota diciendo:“Chilangos resentidos atentan contra oficinas de gobierno”. 

Los diarios de mayor circulación tenían en sus portadas diferentes encabezados: “Chilangos muerden la mano que les ha dado de comer durante tantos años”. “Sociedad capitalina apoya expulsión de chilangos”. “Grandes eminencias del derecho a favor de la Ley  Ciudad Libre de Invasores”. “Barra de Abogados se pronuncia a favor de la  Ley  que expulsa chilangos del D.F., y afirma que esta no es anticonstitucional”.  La ley empezaba a rendir sus frutos malditos.