lunes, 21 de noviembre de 2011

VIII MARTES NEGRO

PRIMER BORRADOR

Vestida con una túnica de color azul cielo caminaba sobre aguas cristalinas. Podía ver claramente los peces de colores bajo mis pies. Al final del río vislumbraba el arcoíris. De pronto, obscureció y el cielo empezó a relampaguear,  y de entre las aguas en donde minutos antes nadaban hermosas  y coloridas criaturas marinas; emergieron lenguas de fuego que me devoraban. Sentía mi piel arder. Un zumbido en mi cabeza me hacía sentir que esta explotaría en cualquier momento. El  líquido antes cristalino se tiño de rojo. Burbujeaba al hervir, y emanaba un hedor horrendo. Estaba en el mismísimo infierno.

Justo en el momento que el leviatán (monstruo mítico mencionado por Hobbes) abría las fauces de una de sus siete cabezas para devorarme. Escuche la voz de mi madre a lo lejos que me decía:

Adelina, Adelina, Despierta hija, despierta.  Ya está aquí el Doctor. Te vas a poner bien. Abrí los ojos y vi a mi madre, y parado junto a ella a un hombre desconocido vistiendo una bata blanca.  Tarde algunos segundos en entender lo que pasaba.

Mi hermana Carmela entró en ese momento a la habitación llevando una charola con algunos alimentos. Se veía muy angustiada (tanto o más que mi madre). El Doctor se acercó a mi cama, y  se inclinó hacia mí. En tono bajo pero firme me pregunto:  "Adelina, ¿cómo se siente?.

Traté de contestar, sin embargo, de mi boca no salió sonido alguno. Sentir un enorme dolor en la garganta. Supe en ese momento que había estado delirando todo el día por la fiebre tan alta que había tenido (me lo dijo el doctor). Tenía bronconeumonía, y debía permanecer cuando menos tres días en cama. El médico antes de irse  me suministro algunos medicamentos por vía intravenosa;  tomo mi temperatura, me canalizó un suero, dio varias indicaciones a mi madre. Empezaba a oscurecer.

Después de comer un poco de sopa caliente comencé a conciliar de nuevo el sueño.  Escuché a lo lejos el timbre del teléfono; gritos, llanto, murmullos. Algo pasaba y no querían que me enterara. Intenté levantarme pero no pude. No tenía fuerzas y el suero me lo impedía también. Me quede dormida nuevamente.

Cerca de la media noche desperté. Junto a mi estaba doña Juanita la vecina del 402. Me extraño verla ahí pues nunca iba a nuestro departamento, pese a que tenía gran amistad con toda la familia.  Le pregunté por mi madre. Fingió que no me oía. Le repetí con mucho esfuerzo la pregunta, pues aún no podía hablar bien.

Con voz trémula,  y casi imperceptible; me dijo: "Ay niña, la desgracia hay caído en tu familia. No sé si sea bueno decirte esto, pero tienes que saberlo. Ayer avisaron del Ministerio Público de Iztapalapa, que tenían que ir a identificar al SEMEFO el cuerpo de un hombre que se parecía mucho  a tu hermano Gilberto.  Doña Lupe y Carmelita se pusieron como locas, y se fueron de inmediato para Niños Héroes  (ahí está el SEMEFO) Dejaron dicho con mi nuera que te echara una vuelta porque estas re malita.

Sin poder decirme  una palabra más estalló en llanto. Traté de ser optimista a pesar de que sentía que lo que me decía era la más absoluta verdad -Mi hermano estaba muerto-, y yo, postrada en esa cama, no había podido acompañar a mi madre y a mi hermana.

En ese momento entró a la habitación Rebeca, la nuera de doña Juanita. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos. Vio de frente a su suegra, y le preguntó: "¿Ya le dijo suegra?". Doña Juanita sollozando movió la cabeza en forma negativa.

Que es lo que me tiene que decir además de lo de mi hermano,  pregunté. Rebeca se sentó en mi cama y me tomó de las manos con afecto, apretándolas como queriendo transmitirme su calor.  Gruesas y copiosas lagrimas rodaron   por sus mejillas al tiempo que me decía con voz entrecortada: "Adelina, debes ser muy fuerte. Ya confirmamos que tu hermano Gilberto está muerto. Tu mami no resistió ese golpe tan duro y al ver su cuerpo destrozado sufrió un infarto y murió en ese instante.

Carmelita se estaba encargando de todos los trámites para el sepelio de ambos, mi marido la estaba acompañando. Venían para acá por las actas de nacimiento,  y justo en los límites del Distrito Federal -en el Rosario-; Los detuvo un retén. Carmelita no llevaba su distintivo, le dijeron que era una infracción y se la llevaron detenida. No sabemos qué hacer. No queríamos decirte nada, pero solo un familiar puede gestionar para que suelten a Carmen, y sobre todo para terminar el papeleo para el entierro de Gilberto y Lupita”.

Sentí que todo me daba vueltas. Empecé a oír lejos, muy lejos la voz de Rebeca "Adelina, Adelina, ¿Estas bien? Sentía que flotaba. De manera casi imperceptible escuche los gritos de doña Juanita y su llanto incontrolable.

Sentí como los latidos de mi corazón menguaban poco a poco hasta no sentirlos. Una luz cegadora me envolvió.  Pase de la angustia y el  dolor a una paz y alivio jamás sentidos.

Todo había terminado para mí...


CONTINUARA......







VII ÉXODO

CORREGIDO

Una llovizna helada golpeo mi rostro. Iban a ser las 6 de la tarde. Todo ese día, me había dedicado a vagar sin rumbo fijo; trataba de poner mis ideas en orden.  Era hora de regresar a casa. Me aposté en la esquina de Montevideo e Insurgentes, y ahí espere bajo el agua para abordar el transporte que iba hacia mi colonia.

Pasaron más de 15 microbuses, y un tanto igual de camiones. Ningún transporte se detuvo ante mi señal. Para ese momento estaba empapada. Empezaba a sentirme afiebrada, y con un estado de malestar general en todo el cuerpo. La lluvia arreció, por lo que corrí a resguardarme bajo el techo de la gasolinera que se encuentra justo entre las dos avenidas en donde  yo estaba ubicada (Insurgentes y Montevideo).
Un joven  de los que atendían la gasolinera se me acercó. Sacó de la bolsa de su overol un paliacate de color rojo. Lo extendió hacia mí, y me dijo: "Secate con esto, estas rete mojada y te vas a enfermar". Al escuchar su acento de inmediato me di cuenta que era chilango.

Fue hasta ese momento que noté la banda en su brazo izquierdo con la respectiva anotación de su Clave Única del Registro de Población.  ¿De dónde eres?; le dije. Me respondió: "Soy de Barra Vieja Guerrero, cerquita de Acapulco. Te he mirado, y tienes harto rato esperando el urbano, ¿verdad?".

Le respondí que sí, que ya iba para dos horas que esperaba y nada. Al parecer, los autobuses y colectivos no se detenían porque no me alcanzaban a ver por lo tupido de la lluvia.

El muchacho me dijo con expresión de tristeza: "No es eso amiga. No se detienen porque ven el distintivo en tu brazo. Nadie en esta ciudad quiere hacer nada por nosotros los chilangos. Es mejor volvernos pa nuestra tierra. En la capital no hay futuro pa los que venimos de fueras".

Me sentí desconcertada por sus palabras, pero en el fondo acepté lo que me decía; le pregunté: Si no hay nada como tú dices, entonces,   ¿por qué estás trabajando aquí?.  Me respondió:

"Me dieron permiso pa trabajar toda esta semana aquí en la gas. No cobraré ni quinto. Solo recibiré propinas. Me necesitan pa despachar la gasolina a los chilangos, y como están saliendo tantos y tan seguido de la ciudad.  Ninguno de mis compas quiere hacer eso, y pos."

fue hasta ese momento que me dí cuenta de  la gran cantidad de vehículos con equipaje sobre el toldo, y llenos de personas (al parecer toda la familia), que estaban formados para cargar combustible. Supe que eran chilangos porque nadie los había atendido antes, y porqué  vi que el costeñito que platicaba minutos antes conmigo se acercó a despacharles la gasolina. Lo hizo entre las miradas de desprecio de los demás empleados y de algunos clientes que en ese momento estaban en la gas.

Y también en ese momento (viendo mi reflejo en una vidriera), noté que el distintivo que me identificaba como chilanga brillaba en la noche: Sí, la tinta amarilla era fluorescente. Se veía a metros de distancia. Si alguien quería jugar al tiro al blanco conmigo; Sin problema me daría un tiro en la cabeza.

Movida por mi instinto de conservación, despidiéndome del chico con un leve movimiento de mano, emprendí el regreso a mi casa. Camine por toda la lateral de la avenida Insurgentes. La calle estaba muy obscura. No sentí miedo, pues al igual que yo muchas personas caminaban por ahí. 


Parecía un desfile de luciérnagas (solo brillaban los distintivos) Sí, todos los que íbamos a nuestros respectivos destinos a pié; Éramos chilangos.


Aproximadamente una hora después llegué a San Juanico, que es el límite entre el Estado de México y el Distrito Federal. Esto es justo donde empieza la carretera México-Pachuca. Grande fue mi sorpresa al ver muchísimas patrullas. También había camiones de granaderos y policías a pié. Solicitaban su identificación tanto a los que pretendían entrar a la ciudad de México, como a  los que iban de salida (como yo).

Al estar formada en el retén para la revisión. Me di cuenta de que varias personas eran subidas a las patrullas. Iban esposadas. Una señora que estaba formada antes que yo;  me explicó que se los llevaban por haber violado el decreto del Jefe de Gobierno al no portar el distintivo. Me quede muda. 

Fueron tantas las vivencias de ese día, y a pesar de todo, jamás pensé en quitarme el dichoso distintivo. En hora buena, para esta hora estaría esposada y rumbo a no sé dónde. 


Cerca de la media noche, e hirviendo en fiebre; llegue a mi casa. Las suelas de mis zapatos casi se desprendían. El exceso de uso y la humedad habían hecho lo suyo.


Sin desvestirme siquiera, me metía a la cama. Llore por largo rato. No supe cuando me quede dormida.



VII ÉXODO



lunes, 14 de noviembre de 2011

SEXTA ENTRADA

Corregida

Ese lunes me levanté con nuevos bríos. ¡Era increíble!; Nadie me molestaría. Desayune a toda prisa; un sorbo de leche, una mordida a mi pan de dulce, dos cucharadas de cereal. No me hacía falta nada. Finalmente, estaba satisfecha más que física emocionalmente (el estado de derecho existía). Estaba protegida como ciudadana de la República Mexicana. Nuestras leyes eran maravillosas.

La felicidad inicial del día  me duró muy poco. En la entrada del metro El Rosario, había un retén integrado por un grupo de  policías del D.F.  Eran del grupo táctico especial. Uno de ellos se acercó a mí, y sin decirme absolutamente nada; me tomo del brazo derecho y prácticamente me arrastro hacía un pequeño módulo improvisado en las instalaciones del metro. Me dijo que me desnudara para revisarme. Muy espantada le dije que yo no había hecho nada, que por qué me había detenido y llevado a ese lugar. El, solo me contesto: "Tengo órdenes de detener a toda la gentuza como tu; ¿de qué pueblo eres chilanga?"

Al no obtener respuesta nuevamente me jaloneo, pero esta vez, del brazo izquierdo.  Puso especial atención al distintivo amarillo -que ya portaba yo ese día-, y en tono burlón pregunto a uno de sus compañeros: ¿Que significa VZ?. El otro policía le contesto: "Veracruz, la pollita es del Estado de Veracruz". El hombre que me tenía del brazo, me tomó por la cintura y repegó su cuerpo al mío; al tiempo que lo frotaba me dijo al oído: "¿Es cierto chilanguita que las jarochas son intensas?". 

Para ese momento yo sentía que me iba a desmayar por el miedo que sentía. Estaba realmente aterrada. percibía los acelerados latidos del corazón de ese enorme policía como si fuera el mío, dada su cercanía y la forma en me estrujaba. Su voz empezó a temblar, y solo escuche balbuceos que me hacían temer que en cualquier momento me arrancaría la ropa y brincaría sobre de mí.

Un grito hizo que el oficial me soltara bruscamente. "¿Qué es lo que está pasando aquí sargento?, ¿Quién es esta señorita?, ¿por qué no  está usted en su puesto?". Era una mujer joven la que  gritaba . No tenía arriba de 40 años. Iba impecablemente uniformada. Lucía diferentes insignias en su casaca, por eso, intuí que era una oficial de alto rango. El policía con voz aún más temblorosa, no atinaba a decir palabra. Únicamente se cuadró ante su superior. 

La mujer inquirió nuevamente: "Que demonios está pasando sargento?". El policía contesto: "Traje a esta damita para una inspección de rutina mi sargento. Es una chilanga y andaba haciendo desmanes en los andenes. Eso no es cierto, grite de inmediato ya con lágrimas en los ojos. Este hombre me quería violar. Me trajo casi a rastras a esta oficina.

Mi voz se entrecortaba.  Era difícil darme a entender. La mujer policía solamente me dijo: "¿Quiere levantar cargos contra el Sargento?" Moví la cabeza haciendo una negación. Ella se hizo a un lado y extendiendo levemente su brazo izquierdo me indicó la salida. 

Salí corriendo de ese lugar sin voltear. Aborde el primer vagón que tuve a mi vista. Me fui con un amargo sabor en la boca - el sabor del desencanto-, pues me había dado cuenta que el distintivo que traía en mi brazo, más que protegerme, me señalaba y hacía blanco fácil de los radicales antichilangos.

Durante mi trayecto, de casi cuarenta minutos, noté que nadie se había sentado junto a mí no obstante de que el lugar iba desocupado. Las personas observaban con insistencia el distintivo en mi brazo, pero nadie decía o hacía nada. Me levante al llegar a mi destino para salir del vagón , y como por arte de magia  las personas que estaban paradas, me abrieron camino.

Todos evitaban siquiera rozarme. Alguien, de manera "accidental" me puso el píe enfrente y casi caigo al suelo. Me alcance a sostener de una niña; su madre la jaló inmediatamente y la escuche decirle: "Es una chilanga, no dejes que te toque. Esa gente es mala; mataron a muchas personas del gobierno.

La pequeña me miró como si fuera yo el peor monstruo que hubiera tenido en sus pesadillas. De inmediato se abrazó a su madre, y, sin dejar de verme (la madre con desprecio y la pequeña con terror), se alejaron a toda prisa. Yo estaba más espantada que ellas dos; salí corriendo del metro.

Me sente en las escaleras del puente peatonal. Prendí un cigarrillo. Al Estar viendo los autos pasar a toda prisa sobre la avenida insurgentes. Reflexione en todo lo que acababa de vivir;  Entendí que el destino me había alcanzado.
  

sábado, 29 de octubre de 2011

QUINTA ENTRADA

SEGUNDO  BORRADOR

La Corte se había pronunciado -de manera provisional- en relación  al amparo contra la ley anti chilangos. Ordenó al gobierno del D.F. dejar las cosas en el estado en que se encontraban antes de que esta fuera promulgada. En tanto, los Ministros entrarían al estudio profundo del caso. Los medios repitieron durante dos días la información al respecto.

La sociedad Capitalina empezaba a reaccionar de diferentes maneras: Grosera, agresiva, discriminatoria. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió la recomendación CHI/245/2011. Pedía respeto a la integridad de los habitantes del D.F. nacidos en lugar diferente a la Ciudad de México.

El Jefe de Gobierno del D.F.  -que hasta ese momento había guardado silencio- emitió un comunicado: "Decreto por el cual se protege la integridad del grupo vulnerable denominado -chilangos-" del que solo recuerdo el punto marcado con el numeral 14, mismo que a la letra decía: " Toda persona -de cualquier edad- que viva, estudie, trabaje o realice cualesquier otro tipo de actividad dentro del territorio de la Ciudad de México y que no sea oriundo de ella;  Deberá portar en el brazo izquierdo un distintivo".

Se indicaba que es distintivo debía de ser  de 10 centímetros de alto,  con la anotación de su Clave única de Registro de Población dividido en tres bloques horizontales. Estar escrito con letra arial de  20, 72 y 20 puntos respectivamente y esta sería de color azul sobre un fondo amarillo.

La justificación a tal medida era -a decir del Funcionario Público- "Ubicar a estas personas para que no se comentan abusos en sus contra, en tanto la Corte resuelva en definitiva al respecto, y así imponer sanción a los que atenten contra sus derechos"

La oferta para usar el nuevo "protector de derechos" era recuperar el empleo, ser aceptado nuevamente en los planteles educativos;  realizar todo tipo de actividades sociales, comerciales, políticas, etcétera etcétera, en fin. Todo volvería a la normalidad, pero eso sí, con mucha más seguridad para todos nosotros (los chilangos).

Exactamente en el décimo quinto día (fecha límite en la que deberían estar todos los chilangos fuera de la capital) en puntos estratégicos del Distrito Federal -por único día- se colocaron módulos para hacer la repartición de los tan citados distintivos. Nos tocó en el de la Alameda Central.

Cerca de medio día mi madre, Carmela y yo Llegamos al lugar. Parecía verbena. Había muchísima gente ese domingo. Eran cerca de 50 módulos de atención y en ellos nos tomaron datos generales y una foto. Nos dieron nuestro respectivo distintivo y unos boletitos amarillos (iguales a los de una kermess). 

Amablemente y con una gran sonrisa la señorita que nos atendió nos dijo: "No es necesarios que lo porten desde hoy. Háganlo a partir de mañana. ¡Disfruten del convivio!".

Recorrimos todos los puestos, comiendo de todo. Estábamos ya tranquilas pues recibimos una llamada de un compañero de Gil. Nos dijo que mi hermano estaba bien y  no se podía comunicar porque estaba trabajando en un lugar donde no había teléfono. En unos días más llegaba a la casa. No nos causó extrañeza, pues había sido así otras veces. Se iba sin avisar y luego hablaba. La llamada extraña de los dias anteriores había sido una broma macabra.

Sin problemas llegamos al departamento. Charlamos por casi una hora alegremente. Nos acostamos de muy buen humor; esperabamos entusiasmadas el nuevo día. Todo estaba en orden y sería perfecto en cuanto Gilberto regresara. ¡Que equivocadas estábamos!.




lunes, 24 de octubre de 2011

IV REACCIONES ENCADENADAS

CORREGIDO

Al duodécimo día me dirigí como siempre a la Facultad de Derecho (escuela en donde estudio). Entré por la puerta peatonal de eje 10 sur , y fui interceptada por elementos de seguridad interna de la universidad. Me pidieron que me identificara. Entregue mi credencial de estudiante. No me fue devuelta. Solo recibí  la indicación que me retirara de la institución sin hacer escándalo, que se me avisaría cuando pudiera reincorporarme a mis actividades escolares vía email. Era tal mi asombro que no pude articular palabra alguna, y solo me fui del lugar. Me percaté  de que eran muchos los compañeros en situación similar a la mía.


A punto de entrar al metro Miguel Ángel de Quevedo recibí una llamada de mi profesor de la Facultad. Él me dijo: "Adelina, no te preocupes, sé que no te permitieron el acceso a la Facultad. Han hecho lo mismo con todos los que no son nacidos en el D.F. que estudian aquí. 

Quiero que sepas que esto se va a solucionar. Ya se presentó el amparo indirecto, y dada la naturaleza del asunto la Suprema Corte de Justicia de la Nación -ejerciendo su capacidad de atracción- lo va a resolver. Vas a ver que esta tontería pronto será recordada como una estupidez más de nuestros gobernantes". Sin decir más, cortó la llamada.




Estaba desesperada. Había asistido ese día a la universidad  porque ahí podía obtener ayuda para localizar a mi hermano, y en  el caso de que efectivamente estuviera en la penitenciaria me dijeran como podía sacarlo de inmediato.

Ahora, dadas las circunstancias, me encontraba en medio de la calle totalmente sola a merced de una ley estúpida que amenazaba mi vida y la de los míos. No sabía qué hacer. De forma autómata entre al metro y aborde el tren con destino a la estación  Indios Verdes.




Al tener más conciencia de mí me vi saliendo del metro. Caminaba sin rumbo definido. No sé si fue el destino o fue Dios, que se yo. De pronto estaba frente al edificio de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. 
 Tuve conciencia de esto por el gran alboroto y la cantidad de personas que se encontraban fuera de las oficinas.

Reaccioné del todo cuando La Negra Petriz (paisana de Veracruz) se acercó a mí, me abrazó y me dijo: " mana que bueno que veniste. Nos estamos organizando para marchar desde aquí hasta el  Zócalo. 

Lo haremos en señal de  protesta en contra de la ley que nos expulsa del D.F.  Hay chilangos de toda la República.  Ten una pancarta. ¡Fórmate ahí!."


Perdida en el tumulto camine, solamente camine.  Iba ensimismada en mis pensamientos. Me movía lentamente entre los gritos  y cantos de protesta del grupo de marchistas  y  de las consignas de la gente que nos observaba la cual  no paraba de gritar: "Fuera chilangos". Era como si soñara despierta: Veía, oía, pero no reaccionaba. 

Un fuerte estruendo me hizo regresar a mi realidad de forma inmediata. Todos corrimos. Sentí tanto temor al ver al grupo de manifestantes huir,  que no pude evitar hacerlo. No sabía que es lo  que estaba pasando. Escuche las sirenas de las patrullas y gritos. 

Vi muchas personas heridas. No pude percatarme de nada más porque en ese momento me envolvió una cortina de humo con un olor raro  y no me permitío ver  bién hacia adelante. Sentí en mis ojos un gran ardor que me nublo la vista y me hizo llorar. 

Antes de perder totalmente la visibilidad por el exceso de lágrimas vi a Bulmaro Petriz (el hijo de la negra), quien de un jalón me metió entre unos vehículos estacionados, al tiempo que me gritaba: "agáchate Adelina o nos friegan". Ahí agazapada seguí escuchando gritos. Cuando mis ojos se secaron pude ver las botas de los granaderos y los policías, que pasaban una y otra vez.


No sé cuántas horas transcurrieron, pero sé que fueron muchas, porque  salimos de nuestro escondite  y ya era de noche. Bulmaro me acompaño hasta mi casa. 
Serían cerca de las ocho cuando llegamos. Mi madre y aproximadamente 20 personas más estaban en la entrada del edificio. 

Con lágrimas en los ojos mi má corrió hacia mí. Me abrazo al tiempo que me decía: "Muchacha ¿dónde estabas?. Me has tenido todo el día con el Jesús en la boca. Me hablo la negra y me dijo que te vio en la marcha, pero que cuando empezó el desmán te perdió.

La policía anda buscando a todos los chilangos que participaron en la marcha. Afirman que un grupo de chilangos pusieron una bomba en unas oficinas del gobierno del D.F. Hay muertos y heridos. Es una cacería de brujas. Ahora sí tienen pretexto para perseguirnos como si fuéramos delincuentes".


Esa misma noche y  al día siguiente los noticieros no hablaban de otra cosa que no fuera el atentado a las oficinas del Gobierno del D.F.  Los comentaristas empezaban la nota diciendo:“Chilangos resentidos atentan contra oficinas de gobierno”. 

Los diarios de mayor circulación tenían en sus portadas diferentes encabezados: “Chilangos muerden la mano que les ha dado de comer durante tantos años”. “Sociedad capitalina apoya expulsión de chilangos”. “Grandes eminencias del derecho a favor de la Ley  Ciudad Libre de Invasores”. “Barra de Abogados se pronuncia a favor de la  Ley  que expulsa chilangos del D.F., y afirma que esta no es anticonstitucional”.  La ley empezaba a rendir sus frutos malditos.

jueves, 20 de octubre de 2011

III LA BUSQUEDA


 CORREGIDO

Llegamos antes de las 10 de la noche a la fábrica en donde laboraba mi hermano. El gran portón azul permaneció inmóvil al contacto con mis nudillos. Mi madre y mi hermana estaban  desesperadas por no obtener respuesta del interior. De forma histérica empezaron a patear la puerta al tiempo que gritaban desaforadamente –abran, abran por favor, Gilberto ¿estás ahí?-. Nadie acudió a nuestro llamado (No obstante que vimos reflejado en el espejo cóncavo a los dos vigilantes que cuidaban el lugar).



Para las cuatro de la mañana, habíamos recorrido: Delegaciones, Ministerios Públicos, 10 diferentes casas de amigos de mi hermano; hasta cantinas, bares e incluso centros de apuesta,  y nada.  Parecía que se lo había tragado la tierra. Sin poder hacer nada más regresamos a la casa al alba. Estábamos sumamente angustiadas, cansadas, hambrientas, pero sobre todo, indignadas ante los acontecimientos vividos ese día. Tratamos de dormir un poco.  Mi madre se retiró a su recámara. Carmen se acomodó en la cama individual junto a la mía,  y se quedó profundamente dormida de manera inmediata.




El timbre del celular taladró mi cabeza. No tenía más de treinta minutos de haber conciliado el sueño, mas por instinto conteste la inoportuna llamada. Al otro lado de la línea escuche la voz de un hombre que en tono apresurado y casi como un susurro me dijo: "Tu hermano está en las galeras de la peni, y se lo van a echar si no buscas ayuda rápido y lo sacas. Ya les pusieron el dedo a todas ustedes. El Patrón es primo del Jefe de Gobierno. Tienen la vara alta, y desde antes se traía al paisa en la mira. ¡Muévanse!, ¡saquen al flaco del bote y váyanse!". Muy alarmada y ya totalmente consciente le pregunte: ¿Quién habla?, ¿Quién eres?, ¿Qué pasó?, ¿Por qué está Gil en la cárcel? Sólo respondió: "Lléguenle Jarocha o van a valer". Lo último que alcance a escuchar fue el corte de la llamada. No podía conciliar el sueño. Prendí un cigarrillo y entre bocanada y bocanada el cansancio me venció.




Esa misma mañana, no bien me había sentado a la mesa cuando mi madre me pregunto: ¿Quién te llamó tan temprano? fingiendo no escucharla me levante y prendí el televisor. Vi con horror la imagen que en ese momento transmitían. Era un hombre de aproximadamente 40 años de edad, cuyas ropas estaban totalmente desgarradas. Pendía de un puente peatonal con una soga atada en el cuello. Tenía claras muestras de tortura, pero  lo más aterrador no era ver el orificio de bala en su frente, sino el letrero clavado con un cuchillo de cocina en su pecho; escrito con su propia sangre (a decir del comentarista); que rezaba la leyenda: "Faltan cuatro días. Se van o todos terminaran así. Mueran los chilangos". Un sudor helado recorrió toda mi espalda. Mi madre y mi hermana estaban mudas, pálidas y su respiración sonaba agitada. Pude oler su miedo.

Gaudencio Morales Jácome, El nombre retumbo en cada una de las paredes de nuestro pequeño departamento. Ese era el nombre del colgado en el puente peatonal de viaducto y Tlapán. Carmela corrió  espantada hacia la vitrina del comedor. Sacó de uno de los cajones un sobre de celofán, que contenía una hoja de papel brillante de color blanco con algunos motivos en dorado. Era la invitación a una boda religiosa,  que se celebraría ocho dias después;  era la boda de Gaudencio y Patricia. 

El finado era amigo de la familia desde siempre. Paisano, vecino en Córdoba, y mi padrino de primera comunión junto con Cuca su madre. Llegó con su familia a vivir al D.F. un año después de que lo hicieramos nosotros. Crecimos juntos; Lo más terrible de todo era que él estaba en el grupo de los 10 obreros que se habian encerrado en el almacen de  la fabrica donde trabajaba Gilberto mi hermano, pues eran compañeros. Si él estaba muerto y unas horas antes estaba con Gil: ¿en donde estaba Gilberto?, ¿estaba vivo? ¿Que está pasando Adelina?  Fueron las preguntas que entre lagrimas y gritos mi madre me hizo. Timidamente y de forma breve les comenté la llamada que había recibido esa madrugada. Mi madre cayó desmayada.













lunes, 17 de octubre de 2011

II LA REALIDAD

PARA CALIFICAR
¡Estoy harta!. Después de tres meses de encierro en este pequeño departamento  mis músculos se han empezado a atrofiar, pues no han tenido suficiente movimiento. No sé exactamente qué día es.

Claramente recuerdo que  hace poco más de noventa dias empezó a haber una gran confusión en todo el país. Al parecer la Asamblea Legislativa del Distrito Federal había aprobado una nueva ley, donde  se ordenaba de manera inmediata fueran expulsados todos los ciudadanos no nativos del Distrito Federal. Sin importar el tiempo de residencia en esta. Ley que entró de forma inmediata en vigor. Consecuentemente, todas las personas que habían llegado a radicar al D.F., estaban siendo "invitados amablemente" a regresar a su lugar de origen (dentro de los 15 días posteriores a la promulgación de la ley).

La noticia causó cierta confusión entre fuereños y nativos de la Ciudad de México.  Conforme se tuvo más información de esto todos entendieron mejor de lo que se trataba. En un noticiero de las nueve de la noche el comentarista dio lectura a la exposición de motivos de la Ley "Ciudad libre de invasores". En esta, claramente se explicaba el porqué de la misma. No recuerdo exactamente qué dijo el locutor. Solo algo me quedó muy grabado: “Es necesario expulsar de la Ciudad de México a todas las personas que hayan llegado a radicar de forma permanente en ella (chilangos), sin importar el tiempo que tengan viviendo en la capital, a que se dediquen, etcétera, etcétera”.

Mi profesor de la Universidad comentó esta ley en clase. Nos dijo que era inconstitucional, que los que no éramos nativos del D.F. no teníamos nada que temer, que ya se estaba organizando un grupo de Abogados -no nativos del D.F.  que radican aquí- para promover un amparo en contra de la inconstitucionalidad de esa ley.  No pasaba nada, sino que  era simplemente presión del gobierno de la ciudad en contra de los gobiernos de los estados, pues estos no habían apoyado en el Congreso su propuesta de Ley para legalizar las armas, las drogas y el aborto, además de las candidaturas independientes, y  así, estas fueran aceptadas en toda la República.

Con esta información, mi familia y yo seguimos nuestras vidas sin mayor preocupación, ya que si bien era cierto que nosotros éramos "chilangos", también lo era que vivíamos en el Estado de México desde hace casi tres años, por lo que la ley no nos alcanzaría.  Aunque  nuestras actividades escolares y laborales eran en el D.F.

Al salir de la escuela vi un grupo numeroso de personas con pancartas con la leyenda "fuera Chilangos de la Universidad". No hice mucho caso. Tenía la plena convicción de que solo era la euforia causada por la inconstitucional Ley recién promulgada ya en vigor. Los subsecuentes días empecé a notar cierta hostilidad por parte de mis compañeros, e incluso la señora de la cafetería que era muy mi amiga no quiso venderme un café (ella sabía que yo era chilanga). Así pasaron 10 días desde la promulgación de la Ley.

Por la noche, al llegar a mi casa me encontré a mi madre muy angustiada. Me comentó que le había llamado mi  hermano desde las doce del día para informarle que lo habían despedido de su trabajo por ser chilango. Él y otras diez personas se habían negado a dejar las instalaciones de la fábrica en donde laboraban, y que se habían encerrado en un almacén porque ante su negativa de abandonar la empresa, los demás empleados se violentaron y querían golpearlos. Incluso amenazaban con matarlos si no se largaban. La llamada se cortó, y desde esa hora no sabía nada de él.

Más tarde llego mi hermana. Nos dijo que no le habían permito siquiera el acceso a las oficinas en donde laboraba. No le dieron oportunidad de hablar con nadie. Únicamente le dijo el vigilante que no regresará o lo iba a lamentar. Que se había dirigido a la Junta de Conciliación y Arbitraje y  de igual manera le prohibieron la entrada (nadie le proporcionó informes).


domingo, 9 de octubre de 2011

HUMANIDAD PIGMEA



I RECUERDOS
(CORREGIDO)

No ha parado de llover. Ya son tres días de lluvia intensa. La humedad hace que me duelan todos los huesos. La lluvia en este lugar es desagradable. 


Siento nostalgia por esos días lluviosos en mi natal Veracruz.  No eran días de encierro, como aquí, sino todo lo contrario, pues Jugaba en los charcos, hacía pasteles de lodo, metía todos los sapos encontrados a mi paso en grandes palanganas de metal; corría hasta desfallecer. ¡Eso era vivir!.

Mi familia está  compuesta por mi madre Guadalupe de 61 años, mi hermano Gilberto de 38, mi hermana Carmen de 36 y yo que actualmente tengo 26. Llegamos a la ciudad de México hace ya más de 20 años.  En ese entonces contábamos con 40, 17, 15  y  casi 6  años de edad respectivamente. Por cierto, yo soy Adelina. 


Llegamos a vivir a la Ciudad de México, porque Mi madre consiguió un puesto mejor pagado y de mucho más nivel en Ferrocarriles  Nacionales de México (empresa en donde laboraba).  Esta fue la  causa por la que toda la familia dejamos la Ciudad de Córdoba, y venimos  a vivir  al D.F. 


Nuestra primera morada fue  en un departamento ubicado en la colonia Santa María la Ribera. Era muy grande, pero yo  me sentía como si estuviera en una caja de zapatos. No me gustaba  para nada vivir ahí, donde todo me era tan ajeno. Extrañaba mi casa del pueblo. 


Los vecinos no nos aceptaban.  Nos veían como bichos raros; No nos querían. Más de una ocasión, fuimos agredidos verbalmente. "Lárguense de aquí chilangos, regresen a su pueblo";  ese era el más común de sus insultos.  Además, se burlaban de nuestro acento al hablar, y de lo que decíamos, pues no conocían muchas palabras que nosotros - de forma cotidiana- empleábamos en Veracruz (y aquí). Esto nos causaba muchos malos ratos.


Recuerdo una noche en  la que mis hermanos y yo fuimos a la panadería. Estando ahí pedimos que nos dieran un capricho y cinco bolillos. La encargada nos vio primero con desdén, luego con asombro; finalmente con burla. Llamó a gritos a otros empleados, cuando estos estuvieron presentes muy sonriente les dijo: ¿Cómo ven a estos indios?, quieren un capricho.  Creo, en su pueblo le dicen así a las conchas. Algunos, empezaron a reír de forma estruendosa, mientras que otros gritaban: ¡Fuera chilangos!,  y no pararon de hacerlo hasta que salimos corriendo del lugar. Regresamos a la casa sin conchas, bolillos y muy espantados.

Es bueno aclarar, que, el adjetivo chilango anteriormente era aplicable - despectivamente- a las personas como mi familia y yo. Esto es: a los que vienen de provincia y se quedan a vivir en el D.F., no como ahora se cree (que chilango es el defeño).

En estos veinte años nos hemos cambiado no menos de trece veces de casa. Lo más que hemos rentado una casa son dos años,  y luego,  a cambiarnos de  nuevo.  Va para tres años que vivimos en el Estado de México. En el municipio de Tlalnepantla tenemos un pequeño departamento de tres recámaras:  está en la planta baja, es muy húmedo y frio;  no le da el sol por ningún lado; esta en una unidad habitacional del INFONAVIT.  


¡Es horrible vivir en este lugar! pero aquí estamos. No es que nos agrade, sino que  en este momento nuestra economía no da para más. Las rentas suben constantemente. No tenemos acceso a un préstamo que nos permita comprar una buena casa en donde vivir.  Incluso, fue un triunfo que le dieran a mi hermano el crédito para el departamentito.