sábado, 29 de octubre de 2011

QUINTA ENTRADA

SEGUNDO  BORRADOR

La Corte se había pronunciado -de manera provisional- en relación  al amparo contra la ley anti chilangos. Ordenó al gobierno del D.F. dejar las cosas en el estado en que se encontraban antes de que esta fuera promulgada. En tanto, los Ministros entrarían al estudio profundo del caso. Los medios repitieron durante dos días la información al respecto.

La sociedad Capitalina empezaba a reaccionar de diferentes maneras: Grosera, agresiva, discriminatoria. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos emitió la recomendación CHI/245/2011. Pedía respeto a la integridad de los habitantes del D.F. nacidos en lugar diferente a la Ciudad de México.

El Jefe de Gobierno del D.F.  -que hasta ese momento había guardado silencio- emitió un comunicado: "Decreto por el cual se protege la integridad del grupo vulnerable denominado -chilangos-" del que solo recuerdo el punto marcado con el numeral 14, mismo que a la letra decía: " Toda persona -de cualquier edad- que viva, estudie, trabaje o realice cualesquier otro tipo de actividad dentro del territorio de la Ciudad de México y que no sea oriundo de ella;  Deberá portar en el brazo izquierdo un distintivo".

Se indicaba que es distintivo debía de ser  de 10 centímetros de alto,  con la anotación de su Clave única de Registro de Población dividido en tres bloques horizontales. Estar escrito con letra arial de  20, 72 y 20 puntos respectivamente y esta sería de color azul sobre un fondo amarillo.

La justificación a tal medida era -a decir del Funcionario Público- "Ubicar a estas personas para que no se comentan abusos en sus contra, en tanto la Corte resuelva en definitiva al respecto, y así imponer sanción a los que atenten contra sus derechos"

La oferta para usar el nuevo "protector de derechos" era recuperar el empleo, ser aceptado nuevamente en los planteles educativos;  realizar todo tipo de actividades sociales, comerciales, políticas, etcétera etcétera, en fin. Todo volvería a la normalidad, pero eso sí, con mucha más seguridad para todos nosotros (los chilangos).

Exactamente en el décimo quinto día (fecha límite en la que deberían estar todos los chilangos fuera de la capital) en puntos estratégicos del Distrito Federal -por único día- se colocaron módulos para hacer la repartición de los tan citados distintivos. Nos tocó en el de la Alameda Central.

Cerca de medio día mi madre, Carmela y yo Llegamos al lugar. Parecía verbena. Había muchísima gente ese domingo. Eran cerca de 50 módulos de atención y en ellos nos tomaron datos generales y una foto. Nos dieron nuestro respectivo distintivo y unos boletitos amarillos (iguales a los de una kermess). 

Amablemente y con una gran sonrisa la señorita que nos atendió nos dijo: "No es necesarios que lo porten desde hoy. Háganlo a partir de mañana. ¡Disfruten del convivio!".

Recorrimos todos los puestos, comiendo de todo. Estábamos ya tranquilas pues recibimos una llamada de un compañero de Gil. Nos dijo que mi hermano estaba bien y  no se podía comunicar porque estaba trabajando en un lugar donde no había teléfono. En unos días más llegaba a la casa. No nos causó extrañeza, pues había sido así otras veces. Se iba sin avisar y luego hablaba. La llamada extraña de los dias anteriores había sido una broma macabra.

Sin problemas llegamos al departamento. Charlamos por casi una hora alegremente. Nos acostamos de muy buen humor; esperabamos entusiasmadas el nuevo día. Todo estaba en orden y sería perfecto en cuanto Gilberto regresara. ¡Que equivocadas estábamos!.




lunes, 24 de octubre de 2011

IV REACCIONES ENCADENADAS

CORREGIDO

Al duodécimo día me dirigí como siempre a la Facultad de Derecho (escuela en donde estudio). Entré por la puerta peatonal de eje 10 sur , y fui interceptada por elementos de seguridad interna de la universidad. Me pidieron que me identificara. Entregue mi credencial de estudiante. No me fue devuelta. Solo recibí  la indicación que me retirara de la institución sin hacer escándalo, que se me avisaría cuando pudiera reincorporarme a mis actividades escolares vía email. Era tal mi asombro que no pude articular palabra alguna, y solo me fui del lugar. Me percaté  de que eran muchos los compañeros en situación similar a la mía.


A punto de entrar al metro Miguel Ángel de Quevedo recibí una llamada de mi profesor de la Facultad. Él me dijo: "Adelina, no te preocupes, sé que no te permitieron el acceso a la Facultad. Han hecho lo mismo con todos los que no son nacidos en el D.F. que estudian aquí. 

Quiero que sepas que esto se va a solucionar. Ya se presentó el amparo indirecto, y dada la naturaleza del asunto la Suprema Corte de Justicia de la Nación -ejerciendo su capacidad de atracción- lo va a resolver. Vas a ver que esta tontería pronto será recordada como una estupidez más de nuestros gobernantes". Sin decir más, cortó la llamada.




Estaba desesperada. Había asistido ese día a la universidad  porque ahí podía obtener ayuda para localizar a mi hermano, y en  el caso de que efectivamente estuviera en la penitenciaria me dijeran como podía sacarlo de inmediato.

Ahora, dadas las circunstancias, me encontraba en medio de la calle totalmente sola a merced de una ley estúpida que amenazaba mi vida y la de los míos. No sabía qué hacer. De forma autómata entre al metro y aborde el tren con destino a la estación  Indios Verdes.




Al tener más conciencia de mí me vi saliendo del metro. Caminaba sin rumbo definido. No sé si fue el destino o fue Dios, que se yo. De pronto estaba frente al edificio de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. 
 Tuve conciencia de esto por el gran alboroto y la cantidad de personas que se encontraban fuera de las oficinas.

Reaccioné del todo cuando La Negra Petriz (paisana de Veracruz) se acercó a mí, me abrazó y me dijo: " mana que bueno que veniste. Nos estamos organizando para marchar desde aquí hasta el  Zócalo. 

Lo haremos en señal de  protesta en contra de la ley que nos expulsa del D.F.  Hay chilangos de toda la República.  Ten una pancarta. ¡Fórmate ahí!."


Perdida en el tumulto camine, solamente camine.  Iba ensimismada en mis pensamientos. Me movía lentamente entre los gritos  y cantos de protesta del grupo de marchistas  y  de las consignas de la gente que nos observaba la cual  no paraba de gritar: "Fuera chilangos". Era como si soñara despierta: Veía, oía, pero no reaccionaba. 

Un fuerte estruendo me hizo regresar a mi realidad de forma inmediata. Todos corrimos. Sentí tanto temor al ver al grupo de manifestantes huir,  que no pude evitar hacerlo. No sabía que es lo  que estaba pasando. Escuche las sirenas de las patrullas y gritos. 

Vi muchas personas heridas. No pude percatarme de nada más porque en ese momento me envolvió una cortina de humo con un olor raro  y no me permitío ver  bién hacia adelante. Sentí en mis ojos un gran ardor que me nublo la vista y me hizo llorar. 

Antes de perder totalmente la visibilidad por el exceso de lágrimas vi a Bulmaro Petriz (el hijo de la negra), quien de un jalón me metió entre unos vehículos estacionados, al tiempo que me gritaba: "agáchate Adelina o nos friegan". Ahí agazapada seguí escuchando gritos. Cuando mis ojos se secaron pude ver las botas de los granaderos y los policías, que pasaban una y otra vez.


No sé cuántas horas transcurrieron, pero sé que fueron muchas, porque  salimos de nuestro escondite  y ya era de noche. Bulmaro me acompaño hasta mi casa. 
Serían cerca de las ocho cuando llegamos. Mi madre y aproximadamente 20 personas más estaban en la entrada del edificio. 

Con lágrimas en los ojos mi má corrió hacia mí. Me abrazo al tiempo que me decía: "Muchacha ¿dónde estabas?. Me has tenido todo el día con el Jesús en la boca. Me hablo la negra y me dijo que te vio en la marcha, pero que cuando empezó el desmán te perdió.

La policía anda buscando a todos los chilangos que participaron en la marcha. Afirman que un grupo de chilangos pusieron una bomba en unas oficinas del gobierno del D.F. Hay muertos y heridos. Es una cacería de brujas. Ahora sí tienen pretexto para perseguirnos como si fuéramos delincuentes".


Esa misma noche y  al día siguiente los noticieros no hablaban de otra cosa que no fuera el atentado a las oficinas del Gobierno del D.F.  Los comentaristas empezaban la nota diciendo:“Chilangos resentidos atentan contra oficinas de gobierno”. 

Los diarios de mayor circulación tenían en sus portadas diferentes encabezados: “Chilangos muerden la mano que les ha dado de comer durante tantos años”. “Sociedad capitalina apoya expulsión de chilangos”. “Grandes eminencias del derecho a favor de la Ley  Ciudad Libre de Invasores”. “Barra de Abogados se pronuncia a favor de la  Ley  que expulsa chilangos del D.F., y afirma que esta no es anticonstitucional”.  La ley empezaba a rendir sus frutos malditos.

jueves, 20 de octubre de 2011

III LA BUSQUEDA


 CORREGIDO

Llegamos antes de las 10 de la noche a la fábrica en donde laboraba mi hermano. El gran portón azul permaneció inmóvil al contacto con mis nudillos. Mi madre y mi hermana estaban  desesperadas por no obtener respuesta del interior. De forma histérica empezaron a patear la puerta al tiempo que gritaban desaforadamente –abran, abran por favor, Gilberto ¿estás ahí?-. Nadie acudió a nuestro llamado (No obstante que vimos reflejado en el espejo cóncavo a los dos vigilantes que cuidaban el lugar).



Para las cuatro de la mañana, habíamos recorrido: Delegaciones, Ministerios Públicos, 10 diferentes casas de amigos de mi hermano; hasta cantinas, bares e incluso centros de apuesta,  y nada.  Parecía que se lo había tragado la tierra. Sin poder hacer nada más regresamos a la casa al alba. Estábamos sumamente angustiadas, cansadas, hambrientas, pero sobre todo, indignadas ante los acontecimientos vividos ese día. Tratamos de dormir un poco.  Mi madre se retiró a su recámara. Carmen se acomodó en la cama individual junto a la mía,  y se quedó profundamente dormida de manera inmediata.




El timbre del celular taladró mi cabeza. No tenía más de treinta minutos de haber conciliado el sueño, mas por instinto conteste la inoportuna llamada. Al otro lado de la línea escuche la voz de un hombre que en tono apresurado y casi como un susurro me dijo: "Tu hermano está en las galeras de la peni, y se lo van a echar si no buscas ayuda rápido y lo sacas. Ya les pusieron el dedo a todas ustedes. El Patrón es primo del Jefe de Gobierno. Tienen la vara alta, y desde antes se traía al paisa en la mira. ¡Muévanse!, ¡saquen al flaco del bote y váyanse!". Muy alarmada y ya totalmente consciente le pregunte: ¿Quién habla?, ¿Quién eres?, ¿Qué pasó?, ¿Por qué está Gil en la cárcel? Sólo respondió: "Lléguenle Jarocha o van a valer". Lo último que alcance a escuchar fue el corte de la llamada. No podía conciliar el sueño. Prendí un cigarrillo y entre bocanada y bocanada el cansancio me venció.




Esa misma mañana, no bien me había sentado a la mesa cuando mi madre me pregunto: ¿Quién te llamó tan temprano? fingiendo no escucharla me levante y prendí el televisor. Vi con horror la imagen que en ese momento transmitían. Era un hombre de aproximadamente 40 años de edad, cuyas ropas estaban totalmente desgarradas. Pendía de un puente peatonal con una soga atada en el cuello. Tenía claras muestras de tortura, pero  lo más aterrador no era ver el orificio de bala en su frente, sino el letrero clavado con un cuchillo de cocina en su pecho; escrito con su propia sangre (a decir del comentarista); que rezaba la leyenda: "Faltan cuatro días. Se van o todos terminaran así. Mueran los chilangos". Un sudor helado recorrió toda mi espalda. Mi madre y mi hermana estaban mudas, pálidas y su respiración sonaba agitada. Pude oler su miedo.

Gaudencio Morales Jácome, El nombre retumbo en cada una de las paredes de nuestro pequeño departamento. Ese era el nombre del colgado en el puente peatonal de viaducto y Tlapán. Carmela corrió  espantada hacia la vitrina del comedor. Sacó de uno de los cajones un sobre de celofán, que contenía una hoja de papel brillante de color blanco con algunos motivos en dorado. Era la invitación a una boda religiosa,  que se celebraría ocho dias después;  era la boda de Gaudencio y Patricia. 

El finado era amigo de la familia desde siempre. Paisano, vecino en Córdoba, y mi padrino de primera comunión junto con Cuca su madre. Llegó con su familia a vivir al D.F. un año después de que lo hicieramos nosotros. Crecimos juntos; Lo más terrible de todo era que él estaba en el grupo de los 10 obreros que se habian encerrado en el almacen de  la fabrica donde trabajaba Gilberto mi hermano, pues eran compañeros. Si él estaba muerto y unas horas antes estaba con Gil: ¿en donde estaba Gilberto?, ¿estaba vivo? ¿Que está pasando Adelina?  Fueron las preguntas que entre lagrimas y gritos mi madre me hizo. Timidamente y de forma breve les comenté la llamada que había recibido esa madrugada. Mi madre cayó desmayada.













lunes, 17 de octubre de 2011

II LA REALIDAD

PARA CALIFICAR
¡Estoy harta!. Después de tres meses de encierro en este pequeño departamento  mis músculos se han empezado a atrofiar, pues no han tenido suficiente movimiento. No sé exactamente qué día es.

Claramente recuerdo que  hace poco más de noventa dias empezó a haber una gran confusión en todo el país. Al parecer la Asamblea Legislativa del Distrito Federal había aprobado una nueva ley, donde  se ordenaba de manera inmediata fueran expulsados todos los ciudadanos no nativos del Distrito Federal. Sin importar el tiempo de residencia en esta. Ley que entró de forma inmediata en vigor. Consecuentemente, todas las personas que habían llegado a radicar al D.F., estaban siendo "invitados amablemente" a regresar a su lugar de origen (dentro de los 15 días posteriores a la promulgación de la ley).

La noticia causó cierta confusión entre fuereños y nativos de la Ciudad de México.  Conforme se tuvo más información de esto todos entendieron mejor de lo que se trataba. En un noticiero de las nueve de la noche el comentarista dio lectura a la exposición de motivos de la Ley "Ciudad libre de invasores". En esta, claramente se explicaba el porqué de la misma. No recuerdo exactamente qué dijo el locutor. Solo algo me quedó muy grabado: “Es necesario expulsar de la Ciudad de México a todas las personas que hayan llegado a radicar de forma permanente en ella (chilangos), sin importar el tiempo que tengan viviendo en la capital, a que se dediquen, etcétera, etcétera”.

Mi profesor de la Universidad comentó esta ley en clase. Nos dijo que era inconstitucional, que los que no éramos nativos del D.F. no teníamos nada que temer, que ya se estaba organizando un grupo de Abogados -no nativos del D.F.  que radican aquí- para promover un amparo en contra de la inconstitucionalidad de esa ley.  No pasaba nada, sino que  era simplemente presión del gobierno de la ciudad en contra de los gobiernos de los estados, pues estos no habían apoyado en el Congreso su propuesta de Ley para legalizar las armas, las drogas y el aborto, además de las candidaturas independientes, y  así, estas fueran aceptadas en toda la República.

Con esta información, mi familia y yo seguimos nuestras vidas sin mayor preocupación, ya que si bien era cierto que nosotros éramos "chilangos", también lo era que vivíamos en el Estado de México desde hace casi tres años, por lo que la ley no nos alcanzaría.  Aunque  nuestras actividades escolares y laborales eran en el D.F.

Al salir de la escuela vi un grupo numeroso de personas con pancartas con la leyenda "fuera Chilangos de la Universidad". No hice mucho caso. Tenía la plena convicción de que solo era la euforia causada por la inconstitucional Ley recién promulgada ya en vigor. Los subsecuentes días empecé a notar cierta hostilidad por parte de mis compañeros, e incluso la señora de la cafetería que era muy mi amiga no quiso venderme un café (ella sabía que yo era chilanga). Así pasaron 10 días desde la promulgación de la Ley.

Por la noche, al llegar a mi casa me encontré a mi madre muy angustiada. Me comentó que le había llamado mi  hermano desde las doce del día para informarle que lo habían despedido de su trabajo por ser chilango. Él y otras diez personas se habían negado a dejar las instalaciones de la fábrica en donde laboraban, y que se habían encerrado en un almacén porque ante su negativa de abandonar la empresa, los demás empleados se violentaron y querían golpearlos. Incluso amenazaban con matarlos si no se largaban. La llamada se cortó, y desde esa hora no sabía nada de él.

Más tarde llego mi hermana. Nos dijo que no le habían permito siquiera el acceso a las oficinas en donde laboraba. No le dieron oportunidad de hablar con nadie. Únicamente le dijo el vigilante que no regresará o lo iba a lamentar. Que se había dirigido a la Junta de Conciliación y Arbitraje y  de igual manera le prohibieron la entrada (nadie le proporcionó informes).


domingo, 9 de octubre de 2011

HUMANIDAD PIGMEA



I RECUERDOS
(CORREGIDO)

No ha parado de llover. Ya son tres días de lluvia intensa. La humedad hace que me duelan todos los huesos. La lluvia en este lugar es desagradable. 


Siento nostalgia por esos días lluviosos en mi natal Veracruz.  No eran días de encierro, como aquí, sino todo lo contrario, pues Jugaba en los charcos, hacía pasteles de lodo, metía todos los sapos encontrados a mi paso en grandes palanganas de metal; corría hasta desfallecer. ¡Eso era vivir!.

Mi familia está  compuesta por mi madre Guadalupe de 61 años, mi hermano Gilberto de 38, mi hermana Carmen de 36 y yo que actualmente tengo 26. Llegamos a la ciudad de México hace ya más de 20 años.  En ese entonces contábamos con 40, 17, 15  y  casi 6  años de edad respectivamente. Por cierto, yo soy Adelina. 


Llegamos a vivir a la Ciudad de México, porque Mi madre consiguió un puesto mejor pagado y de mucho más nivel en Ferrocarriles  Nacionales de México (empresa en donde laboraba).  Esta fue la  causa por la que toda la familia dejamos la Ciudad de Córdoba, y venimos  a vivir  al D.F. 


Nuestra primera morada fue  en un departamento ubicado en la colonia Santa María la Ribera. Era muy grande, pero yo  me sentía como si estuviera en una caja de zapatos. No me gustaba  para nada vivir ahí, donde todo me era tan ajeno. Extrañaba mi casa del pueblo. 


Los vecinos no nos aceptaban.  Nos veían como bichos raros; No nos querían. Más de una ocasión, fuimos agredidos verbalmente. "Lárguense de aquí chilangos, regresen a su pueblo";  ese era el más común de sus insultos.  Además, se burlaban de nuestro acento al hablar, y de lo que decíamos, pues no conocían muchas palabras que nosotros - de forma cotidiana- empleábamos en Veracruz (y aquí). Esto nos causaba muchos malos ratos.


Recuerdo una noche en  la que mis hermanos y yo fuimos a la panadería. Estando ahí pedimos que nos dieran un capricho y cinco bolillos. La encargada nos vio primero con desdén, luego con asombro; finalmente con burla. Llamó a gritos a otros empleados, cuando estos estuvieron presentes muy sonriente les dijo: ¿Cómo ven a estos indios?, quieren un capricho.  Creo, en su pueblo le dicen así a las conchas. Algunos, empezaron a reír de forma estruendosa, mientras que otros gritaban: ¡Fuera chilangos!,  y no pararon de hacerlo hasta que salimos corriendo del lugar. Regresamos a la casa sin conchas, bolillos y muy espantados.

Es bueno aclarar, que, el adjetivo chilango anteriormente era aplicable - despectivamente- a las personas como mi familia y yo. Esto es: a los que vienen de provincia y se quedan a vivir en el D.F., no como ahora se cree (que chilango es el defeño).

En estos veinte años nos hemos cambiado no menos de trece veces de casa. Lo más que hemos rentado una casa son dos años,  y luego,  a cambiarnos de  nuevo.  Va para tres años que vivimos en el Estado de México. En el municipio de Tlalnepantla tenemos un pequeño departamento de tres recámaras:  está en la planta baja, es muy húmedo y frio;  no le da el sol por ningún lado; esta en una unidad habitacional del INFONAVIT.  


¡Es horrible vivir en este lugar! pero aquí estamos. No es que nos agrade, sino que  en este momento nuestra economía no da para más. Las rentas suben constantemente. No tenemos acceso a un préstamo que nos permita comprar una buena casa en donde vivir.  Incluso, fue un triunfo que le dieran a mi hermano el crédito para el departamentito.