lunes, 21 de noviembre de 2011

VII ÉXODO

CORREGIDO

Una llovizna helada golpeo mi rostro. Iban a ser las 6 de la tarde. Todo ese día, me había dedicado a vagar sin rumbo fijo; trataba de poner mis ideas en orden.  Era hora de regresar a casa. Me aposté en la esquina de Montevideo e Insurgentes, y ahí espere bajo el agua para abordar el transporte que iba hacia mi colonia.

Pasaron más de 15 microbuses, y un tanto igual de camiones. Ningún transporte se detuvo ante mi señal. Para ese momento estaba empapada. Empezaba a sentirme afiebrada, y con un estado de malestar general en todo el cuerpo. La lluvia arreció, por lo que corrí a resguardarme bajo el techo de la gasolinera que se encuentra justo entre las dos avenidas en donde  yo estaba ubicada (Insurgentes y Montevideo).
Un joven  de los que atendían la gasolinera se me acercó. Sacó de la bolsa de su overol un paliacate de color rojo. Lo extendió hacia mí, y me dijo: "Secate con esto, estas rete mojada y te vas a enfermar". Al escuchar su acento de inmediato me di cuenta que era chilango.

Fue hasta ese momento que noté la banda en su brazo izquierdo con la respectiva anotación de su Clave Única del Registro de Población.  ¿De dónde eres?; le dije. Me respondió: "Soy de Barra Vieja Guerrero, cerquita de Acapulco. Te he mirado, y tienes harto rato esperando el urbano, ¿verdad?".

Le respondí que sí, que ya iba para dos horas que esperaba y nada. Al parecer, los autobuses y colectivos no se detenían porque no me alcanzaban a ver por lo tupido de la lluvia.

El muchacho me dijo con expresión de tristeza: "No es eso amiga. No se detienen porque ven el distintivo en tu brazo. Nadie en esta ciudad quiere hacer nada por nosotros los chilangos. Es mejor volvernos pa nuestra tierra. En la capital no hay futuro pa los que venimos de fueras".

Me sentí desconcertada por sus palabras, pero en el fondo acepté lo que me decía; le pregunté: Si no hay nada como tú dices, entonces,   ¿por qué estás trabajando aquí?.  Me respondió:

"Me dieron permiso pa trabajar toda esta semana aquí en la gas. No cobraré ni quinto. Solo recibiré propinas. Me necesitan pa despachar la gasolina a los chilangos, y como están saliendo tantos y tan seguido de la ciudad.  Ninguno de mis compas quiere hacer eso, y pos."

fue hasta ese momento que me dí cuenta de  la gran cantidad de vehículos con equipaje sobre el toldo, y llenos de personas (al parecer toda la familia), que estaban formados para cargar combustible. Supe que eran chilangos porque nadie los había atendido antes, y porqué  vi que el costeñito que platicaba minutos antes conmigo se acercó a despacharles la gasolina. Lo hizo entre las miradas de desprecio de los demás empleados y de algunos clientes que en ese momento estaban en la gas.

Y también en ese momento (viendo mi reflejo en una vidriera), noté que el distintivo que me identificaba como chilanga brillaba en la noche: Sí, la tinta amarilla era fluorescente. Se veía a metros de distancia. Si alguien quería jugar al tiro al blanco conmigo; Sin problema me daría un tiro en la cabeza.

Movida por mi instinto de conservación, despidiéndome del chico con un leve movimiento de mano, emprendí el regreso a mi casa. Camine por toda la lateral de la avenida Insurgentes. La calle estaba muy obscura. No sentí miedo, pues al igual que yo muchas personas caminaban por ahí. 


Parecía un desfile de luciérnagas (solo brillaban los distintivos) Sí, todos los que íbamos a nuestros respectivos destinos a pié; Éramos chilangos.


Aproximadamente una hora después llegué a San Juanico, que es el límite entre el Estado de México y el Distrito Federal. Esto es justo donde empieza la carretera México-Pachuca. Grande fue mi sorpresa al ver muchísimas patrullas. También había camiones de granaderos y policías a pié. Solicitaban su identificación tanto a los que pretendían entrar a la ciudad de México, como a  los que iban de salida (como yo).

Al estar formada en el retén para la revisión. Me di cuenta de que varias personas eran subidas a las patrullas. Iban esposadas. Una señora que estaba formada antes que yo;  me explicó que se los llevaban por haber violado el decreto del Jefe de Gobierno al no portar el distintivo. Me quede muda. 

Fueron tantas las vivencias de ese día, y a pesar de todo, jamás pensé en quitarme el dichoso distintivo. En hora buena, para esta hora estaría esposada y rumbo a no sé dónde. 


Cerca de la media noche, e hirviendo en fiebre; llegue a mi casa. Las suelas de mis zapatos casi se desprendían. El exceso de uso y la humedad habían hecho lo suyo.


Sin desvestirme siquiera, me metía a la cama. Llore por largo rato. No supe cuando me quede dormida.



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