domingo, 9 de octubre de 2011

HUMANIDAD PIGMEA



I RECUERDOS
(CORREGIDO)

No ha parado de llover. Ya son tres días de lluvia intensa. La humedad hace que me duelan todos los huesos. La lluvia en este lugar es desagradable. 


Siento nostalgia por esos días lluviosos en mi natal Veracruz.  No eran días de encierro, como aquí, sino todo lo contrario, pues Jugaba en los charcos, hacía pasteles de lodo, metía todos los sapos encontrados a mi paso en grandes palanganas de metal; corría hasta desfallecer. ¡Eso era vivir!.

Mi familia está  compuesta por mi madre Guadalupe de 61 años, mi hermano Gilberto de 38, mi hermana Carmen de 36 y yo que actualmente tengo 26. Llegamos a la ciudad de México hace ya más de 20 años.  En ese entonces contábamos con 40, 17, 15  y  casi 6  años de edad respectivamente. Por cierto, yo soy Adelina. 


Llegamos a vivir a la Ciudad de México, porque Mi madre consiguió un puesto mejor pagado y de mucho más nivel en Ferrocarriles  Nacionales de México (empresa en donde laboraba).  Esta fue la  causa por la que toda la familia dejamos la Ciudad de Córdoba, y venimos  a vivir  al D.F. 


Nuestra primera morada fue  en un departamento ubicado en la colonia Santa María la Ribera. Era muy grande, pero yo  me sentía como si estuviera en una caja de zapatos. No me gustaba  para nada vivir ahí, donde todo me era tan ajeno. Extrañaba mi casa del pueblo. 


Los vecinos no nos aceptaban.  Nos veían como bichos raros; No nos querían. Más de una ocasión, fuimos agredidos verbalmente. "Lárguense de aquí chilangos, regresen a su pueblo";  ese era el más común de sus insultos.  Además, se burlaban de nuestro acento al hablar, y de lo que decíamos, pues no conocían muchas palabras que nosotros - de forma cotidiana- empleábamos en Veracruz (y aquí). Esto nos causaba muchos malos ratos.


Recuerdo una noche en  la que mis hermanos y yo fuimos a la panadería. Estando ahí pedimos que nos dieran un capricho y cinco bolillos. La encargada nos vio primero con desdén, luego con asombro; finalmente con burla. Llamó a gritos a otros empleados, cuando estos estuvieron presentes muy sonriente les dijo: ¿Cómo ven a estos indios?, quieren un capricho.  Creo, en su pueblo le dicen así a las conchas. Algunos, empezaron a reír de forma estruendosa, mientras que otros gritaban: ¡Fuera chilangos!,  y no pararon de hacerlo hasta que salimos corriendo del lugar. Regresamos a la casa sin conchas, bolillos y muy espantados.

Es bueno aclarar, que, el adjetivo chilango anteriormente era aplicable - despectivamente- a las personas como mi familia y yo. Esto es: a los que vienen de provincia y se quedan a vivir en el D.F., no como ahora se cree (que chilango es el defeño).

En estos veinte años nos hemos cambiado no menos de trece veces de casa. Lo más que hemos rentado una casa son dos años,  y luego,  a cambiarnos de  nuevo.  Va para tres años que vivimos en el Estado de México. En el municipio de Tlalnepantla tenemos un pequeño departamento de tres recámaras:  está en la planta baja, es muy húmedo y frio;  no le da el sol por ningún lado; esta en una unidad habitacional del INFONAVIT.  


¡Es horrible vivir en este lugar! pero aquí estamos. No es que nos agrade, sino que  en este momento nuestra economía no da para más. Las rentas suben constantemente. No tenemos acceso a un préstamo que nos permita comprar una buena casa en donde vivir.  Incluso, fue un triunfo que le dieran a mi hermano el crédito para el departamentito.



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