lunes, 17 de octubre de 2011

II LA REALIDAD

PARA CALIFICAR
¡Estoy harta!. Después de tres meses de encierro en este pequeño departamento  mis músculos se han empezado a atrofiar, pues no han tenido suficiente movimiento. No sé exactamente qué día es.

Claramente recuerdo que  hace poco más de noventa dias empezó a haber una gran confusión en todo el país. Al parecer la Asamblea Legislativa del Distrito Federal había aprobado una nueva ley, donde  se ordenaba de manera inmediata fueran expulsados todos los ciudadanos no nativos del Distrito Federal. Sin importar el tiempo de residencia en esta. Ley que entró de forma inmediata en vigor. Consecuentemente, todas las personas que habían llegado a radicar al D.F., estaban siendo "invitados amablemente" a regresar a su lugar de origen (dentro de los 15 días posteriores a la promulgación de la ley).

La noticia causó cierta confusión entre fuereños y nativos de la Ciudad de México.  Conforme se tuvo más información de esto todos entendieron mejor de lo que se trataba. En un noticiero de las nueve de la noche el comentarista dio lectura a la exposición de motivos de la Ley "Ciudad libre de invasores". En esta, claramente se explicaba el porqué de la misma. No recuerdo exactamente qué dijo el locutor. Solo algo me quedó muy grabado: “Es necesario expulsar de la Ciudad de México a todas las personas que hayan llegado a radicar de forma permanente en ella (chilangos), sin importar el tiempo que tengan viviendo en la capital, a que se dediquen, etcétera, etcétera”.

Mi profesor de la Universidad comentó esta ley en clase. Nos dijo que era inconstitucional, que los que no éramos nativos del D.F. no teníamos nada que temer, que ya se estaba organizando un grupo de Abogados -no nativos del D.F.  que radican aquí- para promover un amparo en contra de la inconstitucionalidad de esa ley.  No pasaba nada, sino que  era simplemente presión del gobierno de la ciudad en contra de los gobiernos de los estados, pues estos no habían apoyado en el Congreso su propuesta de Ley para legalizar las armas, las drogas y el aborto, además de las candidaturas independientes, y  así, estas fueran aceptadas en toda la República.

Con esta información, mi familia y yo seguimos nuestras vidas sin mayor preocupación, ya que si bien era cierto que nosotros éramos "chilangos", también lo era que vivíamos en el Estado de México desde hace casi tres años, por lo que la ley no nos alcanzaría.  Aunque  nuestras actividades escolares y laborales eran en el D.F.

Al salir de la escuela vi un grupo numeroso de personas con pancartas con la leyenda "fuera Chilangos de la Universidad". No hice mucho caso. Tenía la plena convicción de que solo era la euforia causada por la inconstitucional Ley recién promulgada ya en vigor. Los subsecuentes días empecé a notar cierta hostilidad por parte de mis compañeros, e incluso la señora de la cafetería que era muy mi amiga no quiso venderme un café (ella sabía que yo era chilanga). Así pasaron 10 días desde la promulgación de la Ley.

Por la noche, al llegar a mi casa me encontré a mi madre muy angustiada. Me comentó que le había llamado mi  hermano desde las doce del día para informarle que lo habían despedido de su trabajo por ser chilango. Él y otras diez personas se habían negado a dejar las instalaciones de la fábrica en donde laboraban, y que se habían encerrado en un almacén porque ante su negativa de abandonar la empresa, los demás empleados se violentaron y querían golpearlos. Incluso amenazaban con matarlos si no se largaban. La llamada se cortó, y desde esa hora no sabía nada de él.

Más tarde llego mi hermana. Nos dijo que no le habían permito siquiera el acceso a las oficinas en donde laboraba. No le dieron oportunidad de hablar con nadie. Únicamente le dijo el vigilante que no regresará o lo iba a lamentar. Que se había dirigido a la Junta de Conciliación y Arbitraje y  de igual manera le prohibieron la entrada (nadie le proporcionó informes).


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